Estas ruinas que ves

Inteligencia Predictiva

Se menciona con insistencia que, en por lo menos treinta municipios del estado de Puebla, serán nombrados marinos como secretarios de Seguridad Pública o como quiera que ahora se le pretenda llamar a dicha función (Seguridad Ciudadana, Seguridad Municipal…).

La principal razón por la que se pretende establecer semejante medida es un sofisma: los marinos son hombres cabales, con una formación que les permite moverse en terrenos complicados a la vez que tienen herramientas que les permiten tomar buenas decisiones.

Luego entonces, si un marino toma el control de una dependencia de Seguridad Pública municipal, dicha porción territorial reducirá su incidencia delictiva y simultáneamente mejorará su capacidad de respuesta ante las amenazas de la delincuencia común y la organizada. Es evidente que el sofisma no resiste el menor análisis.

Un análisis desmorona en un parpadeo semejante ocurrencia.

Primero, un solo hombre no puede controlar a una dependencia pública

Ni siquiera es un tema de competencias o de actitud: físicamente, es imposible. No hay forma que un funcionario pueda atender sus funciones, 24 horas al día, 7 días de la semana, ininterrumpidamente.

La desagradable experiencia acumulada señala que quien arranca sus funciones a esa velocidad e intensidad, termina por agotarse y en cuestión de unos pocos meses, el cansancio se encarga de erradicar ese entusiasmo artificial.

Segundo, necesita de al menos tres hombres competentes

Si un solo hombre no puede manejar una dependencia pública, forzosamente tendrá que hacerse acompañar de otros que le ayuden. Esto, en términos de seguridad pública, significa que cada secretario municipal del ramo deba ayudarse de por lo menos tres hombres (da igual el título o cargo).

Dos de esos tres hombres se dedicarían, dicho en forma elemental, a los turnos. Ya sea que uno se encargue de los días pares y otro de los días nones o en todo caso, por 12 horas. Estoy hablando de que esos dos personajes solo se encargarán de lo operativo.

El tercer hombre es el del escritorio: el que lidiará con todo lo administrativo que tenga que atenderse, quedando claro que el número de cosas que debe atender en este rubro es gigantesco. Desde los temas de control de personal hasta la gestión de un sinnúmero de asuntos con lo estatal y federal.

Si no hay un tercer hombre lidiando con la tramitología, en cuestión de unos pocos meses se colapsará la estructura, obligando a que el secretario se distraiga de su misión sustantiva para estar controlando el caos. Se entiende que el secretario no será medido por sus resultados de escritorio sino la reducción de los problemas en la calle.

En ese sentido, el secretario puede ser marino pero manos poderosas le pueden imponer al encargado de lo administrativo. Y entonces ya no es un secretario sino un policía que tiene las manos atadas para decidir y gastar.

Tercero, sin policías capaces, no funciona el marino

El tercer elemento es un asunto de sentido común: que sus dos encargados de turno o como quiera llamársele (dígales sectores, zonas, cuadrantes, etc.) forzosamente tendrán que trabajar con un grupo de policías. No podrían patrullar ellos solos, se entiende.

Dependiendo del tamaño del municipio será el de la plantilla de policías. En algunos territorios, no serán más de 30. En otros, rebasaron los 300 agentes. Esto lleva a una pregunta evidente: los policías disponibles, ¿serán los apropiados?

De la nómina de esa corporación, ¿cuántos realmente pueden aguantar el desgaste físico del turno? ¿Cuántos están entrenados para enfrentarse a un delincuente? ¿Cuántos pueden correr? ¿cuántos saben conducir a alta velocidad? ¿cuántos saben disparar apropiadamente?

Por otra parte, ¿cuántos reciben dinero de la delincuencia? Y en sentido complementario, ¿cuántos extorsionan a los ciudadanos? En esta última pregunta cabe señalar una obviedad: si el secretario de Seguridad municipal es un marino y no acepta recibir dinero por parte de los encargados de turno, sector o cuadrante, no hay que dudar: éstos se lo quedarán.

Pensar en esa ocurrencia del control de confianza es innecesario. Hay formas de evadir esos controles y todo mundo sabe cómo hacerlo.

Cuarto, el miedo y la amenaza, compañeros de turno

El cuarto elemento es una cuestión geográfica elemental: si el municipio no es extenso, es de entenderse que el policía vive muy cerca de donde trabaja. Así, ¿cuántos policías no pueden ser emboscados a metros de su vivienda para que un grupo criminal les diga que pueden matar a su familia si de repente, trabajan correctamente?

Si usted tiene familia y ésta vive en el mismo lugar donde usted trabaja, entenderá de inmediato que cualquiera puede seguirlo hasta su casa y puede elegir entre amenazar, agredir o irse en contra de su familia. Ahora, multiplique este riesgo por el número de policías operativos y entenderá que un solo marino, no hace diferencia alguna frente a los problemas reales.

El marino puede vivir adentro de un cuartel o guarnición y no tiene problemas porque su familia no vive donde trabaja. Este punto es crucial. Él puede viajar en avión para visitar a su familia que está a salvo en otro lugar, pero los policías viven y trabajan en el mismo sitio.

Quinto, ¿Quién es el guía del forastero?

La pregunta va en dos sentidos: el geográfico y el de inteligencia. El primer sentido es muy sencillo de entender: si el marino llega de otro lugar, no ubicará absolutamente nada. Literalmente le ocurrirá lo que cuenta la leyenda de aquel gobernador que fue impuesto por un Presidente, que cuando salía del Palacio de Gobierno se perdía y no sabía cómo regresar.

En el caso del gobernador, el problema no era grave porque su trabajo no implicaba que siquiera ubicara al Zócalo sino que atendiera la agenda de la entidad. En el caso del secretario de seguridad municipal, sí habrá problemas porque del conocimiento del territorio depende una buena parte de sus decisiones.

El segundo sentido es extraordinariamente importante. Si el nuevo secretario no sabe nada del municipio, alguien tendrá que orientarlo. ¿Quién será esa persona? ¿Cómo se podrá dar constancia que esa persona está calificada para orientarlo? ¿Cómo asegurarse que ese orientador no terminará por sesgar sus decisiones a favor de un grupo?

La experiencia personal me dice que el orientador puede terminar por ser un mal remedio. Y en ese sentido, ese personaje puede terminar por inducir a que el secretario combata a un grupo criminal para dejarle libre el campo a otro más.

No menos importante será el que distintos grupos de presión o de interés policiaco se presentarán solícitos para decirle al nuevo secretario que están a sus órdenes. En realidad, esos personajes trabajan para hermandades que intermedian las relaciones entre grupos criminales y los policías que dicen representar.

Así, el secretario puede pensar que está haciendo equipo con policías locales pero en realidad tiene al enemigo dentro de sus filas y en ese tenor, habrá un vencido y un vencedor: el primero es el habitante que será expoliado por la delincuencia y el segundo será el dueño de esa hermandad que a todos sonríe y solo se beneficia a sí misma.

Sexto, ¿Con qué perseguimos a los criminales?

Ahí está el proverbial problema de la falta de equipamiento apropiado para combatir a los delincuentes. Imagine la escena: el marino designado como secretario llega al estacionamiento de la dependencia que dirigirá y se encuentra que hay 30 patrullas en inventario pero solo 10 funcionan.

El marino llega con el Maestro de Armas y le pide ver lo que cargan los policías por turno. Un sinnúmero de armas que no funcionan debidamente, acompañadas de escaso parque y ni qué decir de las motocicletas, de los uniformes, de las botas, de lo indispensable. 

El marino pronto comenzará a entender porqué hay un mercado negro de municiones, armas y uniformes, sin omitir que la gasolina escasea para las unidades o que los policías pagan las reparaciones de sus patrullas.

El asunto se enrarece cuando el marino se da cuenta que el proveedor de gasolina, el de mantenimiento, el de los uniformes y hasta el que lleva las tortas no los asigna él, sino que le son enviados desde algún poder superior.

Y de nueva cuenta, el fantasma de la explotación a los policías por parte de los niveles intermedios ahí se aparecerá. Eso hará que los encargados de zona, turno o cuadrante sean el jamón de un sándwich pestilente, el de la complicidad.

Séptimo, ¿Y si mañana liberan a los detenidos?

Conociendo a fondo el problema, le planteó un escenario real: usted es policía y llega a atender un llamado de auxilio. Detiene al delincuente, lo somete, llena sus formularios y lo presenta ante un Ministerio Público. 

Pasan un par de días y de reojo, observa que ese personaje al que usted detuvo y puso a disposición, anda caminando por ahí, libre como el viento. En el mejor de los casos, se enterará que ese individuo anda impune; en el peor, verá como delinque de nuevo.

Agregue que en Puebla, 9 de cada 10 delitos no se denuncian. Y que uno de cada 10 denunciados, se esclarecen. ¿Qué tal si le agregamos que esos delincuentes no sean ladrones de autopartes o de billeteras y pensamos que pertenecen a una pandilla de alto impacto, de un clan o de un cártel?

Octavo, ¿Quién protege a los delincuentes?

En un video ya conocido, el joven empresario César Garrido comentaba frente a la cámara de algunos integrantes del Operativo Barredora CJNG, que pagaba 50 mil pesos mensuales a un funcionario de la Guardia Nacional, “El Rojo”, para que le dejara trabajar.

¿Cuántos empresarios como el joven Garrido andan por ahí? ¿Cuántos protectores como “El Rojo” cubren a los delincuentes que lo solicitan? ¿En cuantos municipios hay personajes como Garrido y “El Rojo”? Y, ¿los policías municipales pueden enfrentar a esa clase de amenazas?

Si el alcalde en funciones favorece a los delincuentes, el secretario municipal de Seguridad Pública tendrá problemas. Si el crimen organizado coopta al secretario, el alcalde tendrá problemas. Si una entidad federal protege a los delincuentes, el alcalde y el secretario tendrán problemas. 

La conclusión es que un solo hombre no hace a una corporación. Ignorar esta frase es temerario, ignorante o cómplice, según sea el caso.

 

*ARD

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