En el estado de Veracruz, el 7 de febrero fue detenido Cristóbal, un elemento de la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena), por integrantes de la Guardia Nacional, en un retén ubicado en la autopista 145D Cosoleacaque - La Tinaja, en Acayucan.
Cristóbal conducía una camioneta Chevrolet SUV Captiva con matrícula del estado de Puebla, en la que transportaba armas, chalecos antibalas, uniformes oficiales y más de 30 mil cartuchos, contenidos en 150 cajas. El militar intentó evadir el retén, pero lo detuvieron en segundos.
Hay que descartar en automático que la carga que transportaba este hombre era legal, habida cuenta que la camioneta no estaba balizada y las condiciones en las que se mueve este tipo de materiales no incluyen hacerlo bajo la conducción de una sola persona.
Cristóbal se identificó como teniente adscrito a Materiales de Guerra del Primer Regimiento de Caballería Motorizada en Atlixco. En el interrogatorio inicial, lisa y llanamente no respondió sobre la procedencia y destino de tales materiales. Al final, lo enviaron a las oficinas de la Fiscalía General de la República (FGR) en Coatzacoalcos.
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Un tumulto de dudas se ha sembrado sobre la detención de este militar, pero sobresalen tres. La primera es si esos materiales tendrían como destino a una organización criminal de alto impacto, más allá del lugar al que se dirigía aquel conductor de la camioneta.
La segunda es cómo pudo salir de las instalaciones militares a las que estaba adscrito, con semejante cargamento. No traía escondida en sus ropas una pistola: en sus manos llevaba un arsenal que no resistiría la menor inspección y sin documentos que lo ampararan.
Por supuesto, la posibilidad de que le asaltaran y se llevaran tal cantidad de armamento y municiones no parece haber sido un factor para que Cristóbal desistiera de su misión. O posee una gran seguridad en sí mismo o estaba cumpliendo órdenes.
Y la tercera es que ese joven militar no pudo hacer algo semejante sin apoyo de alto nivel: alguien movió los hilos para que ese cargamento se desplazara libremente sin que Cristóbal temiera una sanción o al menos, que hubiera miradas indiscretas.
Más allá de que si Cristóbal fue “puesto” por alguien que avisó de su inminente llegada por el retén o fue una auténtica casualidad el que lo detuvieran para revisarlo, el joven militar traía sin saberlo, una carga de demolición mediática dirigida hacia el régimen que ahora mismo se erige como referente incuestionable de la honestidad.
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Tal carga se compone de distintas interrogantes que no tendrán respuestas sencillas
¿Cuántas veces había transportado Cristóbal ese tipo de mercancía?
¿Quiénes le proveen los materiales y de donde salen?
¿Hacia quién iban dirigidas esas mercancías?
Y, lo más inquietante, ¿cuántos Cristóbal andan recorriendo el territorio nacional, yendo y viniendo con semejantes materiales de guerra?
Por supuesto, se espera un alud de justificaciones y silencios, sin olvidar los golpes de pecho de quien dirá que cuestionar la conducta de Cristóbal es atacar a una institución querida por el pueblo mexicano, pero de poco servirán ante una evidencia que, de tan estruendosa, debe haberle agriado al almuerzo a más de uno en Lomas de Sotelo.
A menos que se piense que Cristóbal se manejaba solo, algo realmente difícil de creer. De lo que no hay duda es que el hilo se rompe por lo más delgado y él lo sabía. De otra manera, no se explica su hermético silencio frente a sus pares de la Guardia Nacional.
*ARD