En no pocos hogares mexicanos, suele hacerse lo que los abuelos llamaban “las cuentas del gran capital”. Todo comenzaba con el cálculo de lo que esperaba ganarse de ingresos mensuales en casa. Y a partir de ahí, empezaban los cálculos alegres.
Se imaginaban remodelaciones, construcciones, compras de electrodomésticos.
Y cuando no llegaba el dinero como se esperaba, venían los recortes draconianos.
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Algo así se espera con 2023 y el Paquete Económico del gobierno federal.
El secretario de Hacienda, Rogelio Ramírez de la O, el hombre que ha renunciado media docena de veces y nunca se retira del cargo, anunció un presupuesto de 8 billones 299 mil 647 millones de pesos para 2023.
Ramírez de la O y su equipo previeron un déficit público de 1 billón 134 mil 140.7 millones de pesos y un déficit primario de 0.2 por ciento del PIB.
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Hasta aquí, todo parece lógico, pero comienza la letra pequeña a aparecer en los documentos.
De entrada, Hacienda dice que prevé un superávit del 0.1 por ciento del PIB. Y que no se generarán nuevos impuestos.
Pero lo que más llama la atención es que Hacienda calcula un crecimiento económico del 3 por ciento frente al 2.4 por ciento proyectado este año.
Una revisión sencilla a los documentos hacendarios anuncia el problema, si hay fallas en la expectativa de crecimiento de la economía, es suficiente que el pronóstico no se cumpla en un punto porcentual para que las cosas revienten en su diseño original.
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Lo anterior quiere decir que es factible que haya despidos en la administración pública federal, con miras a mantener el dinero hacia proyectos como el Tren Maya.
Y de paso a otras partidas que afectarán a los gobiernos estatales y municipales, y no son relevantes para el gobierno federal, como aquellas que tienen que ver con la democracia y la no militarización del país.
Son las cuentas de los otros datos.
De las anécdotas que se cuentan
Lo extraño no es que José Sarukhán Kermez dejara la dirección de la Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad (Conabio) sino que aguantara tanto tiempo en ella, 4T de por medio.
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El galardonado experto se retiró cuando le impusieron al Secretario Ejecutivo de la Conabio, directamente desde la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat).
Un puntual desconocido en el ámbito académico, Daniel Quezada, llegó a ocupar la cartera operativa de la Comisión. En su currículo no aparece un solo dato que exhiba sus merecimientos para semejante cargo.
A cambio, Quezada venía de la Unidad Coordinadora de Participación Social y Transparencia de la Semarnat y en sus redes sociales se ostenta como fundador de Morena en el estado de Hidalgo.
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El doctor Sarukhán se fue, más que raudo, al Instituto de Ecología de la UNAM con su puesto de investigador.
Su hijo Arturo, ex embajador de México en Estados Unidos, mandó un mensaje por redes sociales: “Tan orgulloso de mi padre, que después de dejar la rectoría de la UNAM y a lo largo de décadas ha construido una de las organizaciones referentes y de vanguardia a nivel global en la conservación y promoción de la biodiversidad, la Conabio”.
Quedan pocos expertos auténticos, trabajando en lo suyo, en el gobierno, ya sea en el federal o en los estatales.
Lo de hoy es colocar incondicionales que, aunque no tengan la menor idea de lo que van a hacer en un cargo, entiendan que su relevancia es ésa, asumir posiciones.
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Y con esa clase de improvisados, el conocimiento del país se desgaja, para beneplácito de unos cuantos y desgracia de muchos.
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*ARD