Perplejidad sería el término más apropiado para mirar la decisión no unánime de las autoridades del Banco de México (Banxico) en su reunión de ayer jueves 8 de agosto y el recorte de la tasa de interés por primera vez desde marzo pasado, para dejarla en 10.75.
En un comunicado, la Junta de Gobierno apuntó que tomó semejante decisión, consciente de que, ante la inflación, el Banxico debería mantener aún una “postura restrictiva”. ¿Entonces?
La Junta de Gobierno se dividió, teniendo a los subgobernadores Irene Espinosa y Jonathan Heath a favor de dejar la tasa de interés sin cambios y mantenerla en 11 por ciento, pero fueron mayoriteados. Galia Borja, Omar Mejía y la gobernadora Victoria Rodríguez votaron por bajar la tasa de interés.
De manera usual, Heath destaca a sus pares la inflación subyacente, el componente inflacionario de impacto real en las personas y en su gasto, ya que ahí reside la facilidad o dificultad para pagar los artículos de todos los días que se requieren para vivir.
La inflación subyacente no toma en cuenta el precio de ciertos energéticos y de los alimentos agropecuarios, dado que el comportamiento de estos bienes obedece a factores estacionales. Es un indicador mucho más claro del costo de la vida.
Si bien es cierto que la inflación subyacente pasó de 4.13 a 4.05 por ciento anual en julio, las mercancías se encarecieron en 3.09 por ciento mientras que los servicios aumentaron sus precios en 5.22 por ciento.
Tampoco hace mucho sentido que si el Banxico espera una mayor inflación, recorte la tasa de interés. Para la inflación general, Banxico elevó su pronóstico de 4.5 por ciento a 5.2 por ciento para el tercer trimestre, mientras que el del cierre de año pasó de 4 a 4.4 por ciento.
Más de un experto ha considerado que el sentido común señala que el Banxico se esperara a que su par estadounidense recortara la tasa de interés, para no incrementar las presiones en el tipo de cambio, pero algo pasó en esa Junta de Gobierno que se tomó una decisión al menos extraña e innecesaria. Con todo, el pasado 7 de agosto, el subgobernador Omar Mejía ya había soltado algo a la prensa especializada, señalando que “hay espacio para bajar la tasa de interés debido al comportamiento favorable de la inflación subyacente”. Nadie le creyó.
La inflación aumentó por quinta vez consecutiva, alcanzando 5.6 por ciento en julio, frente a 4.4 por ciento en febrero. El Instituto Nacional de Estadística y Geografía ha señalado que la inflación de julio es la más alta desde mayo de 2023, con lo que el Índice Nacional de Precios al Consumidor ya suma cinco meses con aumentos.
La decisión se dio frente a una alta volatilidad del tipo de cambio, considerando el “lunes negro” del 5 de agosto pasado, en el que todos los mercados en el mundo cayeron y cerraron con fuertes pérdidas, por lo que, de esperar un recorte de 25 puntos base, la mayoría de los analistas cambió su postura a “sin cambio”. No hacer olas, pues.
“Hacia delante, se prevé que el entorno inflacionario permita discutir ajustes en la tasa de referencia. Tomará en cuenta la perspectiva de que los choques globales continuarán desvaneciéndose y los efectos de la debilidad de la actividad económica”, dice el Banxico en su comunicado.
Muy pocos analistas creen que “los choques globales continuarán desvaneciéndose”. Y con el tipo de cambio como está, la decisión suena política, no técnica.
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*IC