El presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, oficializó su candidatura en Río de Janeiro, al lado de Maracaná. La misión se le presenta cuesta arriba, según las encuestas y los precedentes: los partidos de gobierno, el oficialismo ha perdido todos los votos desde 2018.
El expresidente Luiz Inácio da Silva, de 76 años, mantiene hace meses un sólido liderazgo en los sondeos. El mismo al que los jueces apartaron de la carrera en 2018 y rehabilitaron en 2021. Un adversario que le viene al ultraderechista como anillo al dedo para el discurso conmigo o contra mí.
La estrategia del actual presidente para dar la vuelta a ese pronóstico y conseguir un segundo mandato (e impedir un tercer de Lula), se apoya en dos pilares: repartir dinero público, mucho dinero, sobre todo a los pobres y cuestionar el sistema de votación.
En las votaciones generales de 2018, Bolsonaro, cuando fue electo presidente, aprovechó con maestría, como antes su admirador Donald Trump, la ventaja que supone ser despreciado por el establishment como el candidato más extravagante del menú.
Ahora, y emulando de nuevo al expresidente de Estados Unidos, el conocido como Trump de los Trópicos lleva meses preparando el terreno ante una hipotética derrota. El temor de los opositores es que el capitán retirado no reconozca el resultado, movilice a sus seguidores y el asunto acabe de manera violenta.
Una de las principales novedades en las últimas semanas es que las Fuerzas Armadas han entrado de lleno en el polémico asunto del proceso electoral. Resulta que los uniformados han empezado a hacer sugerencias y participarán en el recuento de votos.
Esto es preocupante, pues los militares se han convertido en aliados del presidente en su campaña y legitiman el discurso del presidente brasileño. La clave es si el resultado será aceptado por la sociedad y los actores políticos.
Entonces ¿Podría haber un golpe de Estado?
La respuesta nunca es breve, por el momento prevalece la idea de que Bolsonaro puede sembrar caos y una aventura golpista.
Bolsonaro ha creado una narrativa, que difunden sus seguidores frenéticamente en redes sociales, en la que ellos son los paladines de la democracia y el resto, incluido el Tribunal Supremo y las autoridades electorales, los golpistas.
No obstante, el Tribunal Electoral reaccionó con una campaña de divulgación sobre la calidad del proceso. En mayo de este año los jueces convocaron a los embajadores extranjeros para despejar cualquier duda sobre la votación de octubre.
Por otro lado, los brasileños a diferencia de otros latinoamericanos, han confiado en el proceso de selección de representantes populares al Tribunal Superior Electoral, factorfundamental para la salud democrática del país.
Sin embargo, la perspectiva de que el desconocimiento de los resultados, por parte de Bolsonaro, sumerja a la mayor democracia de Iberoamérica en una crisis institucional está encendiendo alarmas en los principales centros de poder.
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