Notoria promoción se dio el pasado miércoles 13 de abril a la captura en el camino Antiguo a Tlaltepango de la colonia Venustiano Carranza, de Héctor, “El Flaco”, uno de los principales dirigentes del narcomenudeo en la ciudad de Puebla, con una amplia trayectoria en otros delitos.
Se habla de una vasta historia criminal, al menos de robo a tres textileras, a un aserradero de Chipilo y docenas de casas habitación en las inmediaciones de la Avenida Nacional, Boulevard las Torres, China Poblana, Xilotzingo y un sinnúmero de casas en Tlaxcala.
Sin embargo, en la Puebla subterránea que va más allá de los comunicados y las conversaciones que hablan de resultados en contra de la delincuencia organizada, se cuentan otras historias, algunas de mala factura.
Fue en marzo cuando se encontró el cuerpo de un personaje al que le decían “El Cepillo”, camino a Tlaxcala. Pasó inadvertido el hallazgo para la prensa local; sin embargo, los iniciados no solamente observaron al cadáver, sino que enfocaron la mirada hacia las filas de uno de los delincuentes de mayor peso en la entidad poblana, “El Chupón”, del que pocos hablan.
A principios de año, “El Chupón” tomó la decisión de encomendar distintas tareas a uno de sus asociados más competentes, a “Miguel”, un antiguo expolicía que en algún momento trabajó para otros grupos delictivos especializados en narcomenudeo.
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“Miguel” terminó por dirigir a buena parte de la venta de narcóticos en las inmediaciones del Mercado Hidalgo. Se dice que un mal día, “El Cepillo” tuvo una desavenencia con uno de los liderazgos mayores de la organización y de ahí alguien tomó la decisión de desaparecerlo, por lo que se pidió a “Miguel” que se encargara de los detalle.
Una vez levantado en su vivienda de Xonaca, “El Cepillo” fue enviado a otro lugar, entre Valle Verde y Jardín del Ángel, cruzando el Bulevar Xonacatepec, adonde fue torturado y descuartizado.
Y de ahí, se tiró en donde fue localizado, camino a Tlaxcala.
Si el asunto era grave de por sí, se vuelve más complicado si se considera que presumiblemente, hubo oficiales uniformados que estuvieron haciendo labores de protección para que el levantón a “El Cepillo” y su posterior traslado a donde fue encontrado, se diera sin zozobras.
La desaparición de “El Cepillo” tenía un componente adicional.
La muerte de este personaje confirma una guerra entre las organizaciones de “Miguel” y la de “Héctor”, recientemente detenido.
“Héctor” tiene parentesco con una figura dominante en el tema, “Dulce”, quien controla una numerosa cantidad de tienditas en las que se expende toda clase de narcóticos en el oriente de la capital poblana.
Los expertos señalan que el hallazgo y captura de “El Flaco” debe leerse en términos de esa guerra, si fuera dable que los mismos policías que se encargaron de que la caída de “El Cepillo” se diera sin tribulaciones, hubieran proporcionado información que llevara a la localización del detenido en Camino a Tlaltepango.
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Si esto es así, la especie explicaría buena parte de lo que ocurre en términos de violencia en Puebla: al menos, dos organizaciones encargadas del narcomenudeo, enfrascadas en una guerra salvaje, que incluye decapitados, descuartizados y ejecutados en general.
La conclusión es evidente.
Los liderazgos del mundo delictivo en la capital poblana no son estrictamente de reciente creación, más bien, provienen de organizaciones que arribaron hace menos de una década al poder criminal del estado y que han mutado en grupos cada vez más violentos, con una curva de aprendizaje que se antoja excepcional.
Ese entendimiento se da por la combinación de dos factores: las complicidades entre distintos nodos de la autoridad policiaca con la delincuencia y, el incuestionable hecho de que algunos personajes políticos que se encuentran hoy tras las rejas en prisiones federales, y se encargaron de traer a Puebla a los que serían erigidos como dirigentes criminales.
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El gran tema es que ahora mismo, los grupos de alto impacto provenientes de otras entidades se han asociado con estas organizaciones locales, crearon las condiciones propicias para canibalizarse entre ellas, teniendo a la sociedad poblana como atónita espectadora, al tiempo que víctima de tales despropósitos.
“El Flaco” es un componente de la ecuación, pero nada más; el resto de la misma sigue operando en las calles que alguna vez fueron territorio de una paz que murió entre la anomia y la indiferencia.
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